I

A Delfina



Había entrado en la zona del barrio. Por lo que le dijeron podía preguntar que cualquiera sabría. Detuvo el auto frente a un hombre que pasaba.
- Dónde lo están velando?-
- Pregunte allá, aquel es el hermano
Avanzó y preguntó allá, con las mismas palabras.
- Por acá derecho va a ver la casa- respondió el hermano.
Estacionó, avanzó por el pasillo angosto de tierra, entre los alambrados, viendo la gente en las casas, los chicos, los perros.
Suponía que habría gente reunida y había gente, pero no tanta. Afuera, sobre la tierra, había algunas sillas y mujeres en silencio. Unos chicos jugaban, pero jugaban discretamente, sabían que el clima no daba. El día estaba gris. La tristeza contagiaba. Pasó el alambrado y aunque hubiese querido no habría podido sonreír más. Saludó con una inclinación de cabeza y entró. No necesitaba aclarar nada, la ropa negra de cura les explicaba a todos para qué había venido, de parte de quién venía, a quién conocía.
En el comedor lo velaban. Eran pobres. El cajón era pobre, el crucifijo era pobre y las lámparas con forma de vela apenas alumbraban. No había coronas. Entró al comedor y con la mirada trató de expresar que lo sentía mucho. Siempre se siente mucho la muerte de un chico de 8 años, sea de quien sea. Alguno quizá lo miró con bronca, o como no queriendo saber nada con él, como si trajera la culpa de Dios, el padre en cambio parecía resignado, y aunque había perdido también a su mujer salió a invitar a las sentadas afuera.
- Vamos a rezar.
El chiquito tenía un hematoma al lado del labio y le pareció recordar que la secretaria le había dicho que había muerto de enfermedad. Le entró la duda de si habría sido un accidente por lo que preguntó lo que nunca se pregunta:
- Qué le pasó?
- Paro cardíaco- respondió una mujer-
Y llegó a suponer que quizá en los esfuerzos por intubarlo lo habrían lastimado. Comenzó.
- En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Y entró en la otra dimensión. Abrió la Biblia vieja, manchada, llena de fotos y señaladores, forrada de harpillera y leyó. Después habló con otras palabras, no las que decía siempre en los velorios, palabras para un chico, palabras más fuertes porque la situación era más fuerte, y algunos asentían, otros lloraban, le parecía que el que hablaba era otro, escuchaba su voz como lejana, y más que nada observaba… los chicos entran y se ponen al lado del cajón que está lleno de juguetes y caramelos, dos mujeres que lloran se acercan y lo tocan. Debe estar frío. Saca la varilla metálica, desenrosca la punta y tira agua bendita… ofrece la varilla como siempre, y el primero en agarrarla es el padre. Tira agua bendita y la pasa. Algunas tiemblan, algunos toman conciencia de lo que pasa cuando ven que le tiran agua bendita al chico que está en un cajón de madera con forma de ataúd. Se murió en serio. No está dormido, no se va a levantar ni va a seguir jugando. Todos saben que nos vamos a reencontrar, pero algunos lo quieren abrazar ahora, carajo. Dios está callado en la cruz. Dios está, y mira para abajo como si entendiera.
Saludó al padre y a dos familiares más que parecían cercanos, sintiendo sus lágrimas en la mejilla. Todos seguían inmóviles, alrededor del ataúd y así los vio por última vez.

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