V

En los hospitales por lo general la gente se calla y abre más los ojos cuando ve entrar a un cura, como si alguien se estuviese muriendo. Hay veces que es mala suerte que aparezca un cura, o viajar con un cura, según la superstición de cada uno. Subió hasta la puerta de terapia donde estaba la mujer esperando. Ella hizo sonar el intercomunicador y se intercomunicó con el enfermero con voz de muerto. Dijo que ella ya había hablado con “el médico” y que había asentido en que viniese un sacerdote aunque no fuera el horario de visitas, cosas que por lo general a nadie le importan y en realidad depende del humor del enfermero de turno, o su fe, o grado de superstición. Oponerse a Dios da mala suerte, también, parece. Sonó la chicharra que significa “está bien, pase”.
El enfermero no abandonó su libro, así que la mujer lo guió hasta la enferma.
- Cómo se llama?
- Marta.
- Marta, me oye?- le tocó la muñeca, fría. Miró el registro del electrocardiogama, principalmente plano pero con dos dibujos hacia abajo.
De algún rincón oscuro de su mente emergió la idea de haber leído en esas primeras veces que se agarra el ritual porque se tiene que hacer una unción por primera o segunda vez, y se lee la letra chica, que en caso de duda de muerte se puede realizar la unción, anteponiendo el “si vives…”. La mujer también había tocado el cadáver y lo miraba angustiada.
- Está viva?
No respondió. Se puso la estola morada y abrió el óleo. Ni abrió el ritual.
- Si vives, por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, amén- le hizo una señal de la cruz en la frente con el óleo – para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad – también en las manos- amén.
Fue al enfermero. Habló bajo.
- A qué hora murió?
Miró el libro, cosa que parecía ser su actividad preferida.
- A las ocho y diez.
- Gracias.
Eran las diez y media. Para los cánones más rigurosos, había sido totalmente inútil lo que acababan de hacer, como bautizar a un chico que nació muerto. A veces es muy bueno mandar los cánones más rigurosos a la reverenda mierda.
- Llegamos a tiempo?- preguntó la mujer, mientras salían.
- Sí.
- Ay, gracias padre!
Fueron hacia la puerta y en el descanso de la escalera la mujer comenzó a contarle gran parte de su historia, sobre todo su historia en la Iglesia… cosa que a Juan en realidad le importaba lo mismo que un rábano, aunque pensando bien, a su hermana le encantaban los rabanitos así que en realidad le importaba aún menos el relato, y mientras la mujer hablaba sin dejar el más mínimo espacio para una excusa válida de despedida, pensó que era bastante triste que quizás muchas personas no tuviesen a quien contarle su vida, y que no podía ser cura y a la vez ser tan hijo de puta, por lo que puso todo su empeño en escuchar y en que su cara reflejara todo el interés posible. Todas las historias merecen ser escuchadas. Si Dios estuviese ahí la abrazaría con ternura, diciéndole que es la historia más interesante que escuchó en toda la eternidad, y seguramente Dios estaba, pero necesitaba alguien que le prestase sus brazos, y cuando estaba luchando internamente con veintinueve años de vida sin abrazar a un solo extraño, pensando que la mujer aceptaría un abrazo de Dios, pero no de un total desconocido, la voz de muerto sonó a sus espaldas.
- Padre, tiene un minuto?
- Sí, discúlpeme, muy linda su vida- la saludó, tratando de hacer mentir a sus ojos, a lo sumo con la mano en el hombro.
- Gracias- sonrió y bajó la escalera.
- En la cama 302 hay una mujer que se está muriendo.
Estoy harto de los muertos, pensó.
La cama 302 estaba aislada.
- No creo que le responda. Lo dejo solo.
- Gracias.
- No, gracias a usted.
La mujer abrió bien grandes los ojos. Tal vez no era muy alentador ver entrar alguien vestido así, dadas las circunstancias. Tenía una máscara de oxígeno, sueros varios y algún que otro aparato. Respiraba agitadamente.
- Como anda?- pregunta pelotuda, si las hay. Sonrió por dentro.
La mujer lo miraba con horror. Sólo se escuchaba el ruido seco e insistente del oxígeno.
- Vamos a pedirle a Dios que la acompañe en este momento, que esté bien cerca suyo, le parece?
Sólo responde el oxígeno. Ni sí ni no con la cabeza, ni con los ojos, nada. Sólo miedo, o sorpresa, o desesperación en la mirada.
- Cree en Dios? – tal vez ni siquiera esté bautizada- Está bautizada?
En peligro de muerte, prácticamente todo está permitido. En el caso de un niño, se lo puede bautizar aún sin el consentimiento de los padres, y lo puede bautizar hasta un ateo. En el caso de un adulto, mientras no haya oposición clara o si está inconsciente no se tenga registro de que concientemente se declaró en contra durante toda su vida se avanza. En la duda se avanza.
Recorrió el cuarto con la mirada. Encontró una botella de agua mineral. Con algunas gotitas la bautizó, le dio la absolución, la unción y se despidió. Mientras bajaba se abrió la camisa, y escondió el cuellito.
Salió al día, saludó al cielo.
- Sol de mierda, cuando te pensás nublar?
El celular se movió de nuevo. Tal vez sea…
“Juan, le avisas a Tino que ya están los cancioneros? Si puede que me llame a lo de Pablo. SOle.”
No era.

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