VIII

Sapito era el nombre del barrio. Consistía en ir a buscar unos chicos del barrio para llevarlos a la capilla y después darles una merienda. Algo prácticamente igual al “oratorio festivo” de Don Bosco, y que lo habían heredado desde la época que el padre Peto había sido seminarista en esa parroquia. El padre Peto antes de ser seminarista diocesano había sido salesiano unos años, con lo cual llevaba bastante a Don Bosco en su formación, y usaba camisas azules principalmente. Para Juan la actividad no era demasiado útil, pero no le gustaba deshacer algo que había comenzado otro, y tampoco quería complejizarlo más por el que vendría después, dado que iba a estar nada más que un año.
Agarró la pelota, las llaves de la capilla de la Paz y las del auto y salió. Ya llegando recibió un mensaje de Yamila. “Negro, me pasás a buscar? llevo algunas leches para los chicos.”
“Tarde, ya llegué” respondió y bajó. Pablo, Inés y Marianita esperaban sentados junto a la reja del fondo. La de adelante estaba abierta porque los viernes a esa hora atendía una psicóloga en la secretaría. Se saludaron, abrieron la reja del fondo, la cocina, dejaron las cosas para la merienda, la pelota, alguna mochila y salieron a buscar a los chicos.
- Y Yamila?
- Me acaba de mandar un mensaje para que la pase a buscar, pero le dije que ya estaba acá. Supongo que llegará en un rato.
Caminaron las cinco cuadras que los separaban del barrio hablando de que a Inés sus padres no la dejaban ir a misionar porque iba a estar su novio. Sus padres eran del Opus y si bien eran muy buenos, también eran un tanto cerrados con todo el tema moral. Inés estaba a punto de irse a misionar igual, escribiéndoles una carta muy linda donde les agradecía todo lo que habían hecho por ella, pero diciéndoles que ahora ella debía empezar a tomar decisiones por si misma, y si bien Juan no podía alentarla en esa decisión, estaba totalmente de acuerdo y le parecía bueno que, con sus veintidós años, empezara a vivir su vida, y no la de sus padres.
Llegaron al barrio y empezaron a ir por las casas donde estaban los chicos que solían ir. Pablo y Juan miraban que no estuviesen los pibes más grandes, que no estaban muy contentos con ellos desde que les habían dicho que no podían ir más porque a veces le pegaban a los más chicos y porque una vez habían ido con un cuchillo y se habían agarrado a trompadas.
Cuando entraron por las callecitas del barrio, fueron hasta el fondo a ver si venía uno que al final no podía, y al volver un pibe amenazaba a Marianita con un machete. Se puso en el medio.
- Guardá eso o se pudre todo.
- Están en mi barrio, yo puedo hacer lo que quiera.
- No es tuyo el barrio y dejá de jugar con el machete o te vas a lastimar- lo empujó con el pecho, sabiendo que estaba pasando una raya, pero la actitud forra lo había enojado.
- Eh, qué pecheás?
Apareció otro pibe más grande que no conocían.
- Qué hacés con ese machete?- se lo sacó- le voy a decir a tu vieja, vas a ver.
El pibe se puso pálido. Siguieron caminando, la tarde empezaba mal.
Volvieron a la capilla con una manada de 20 chicos de entre 3 y 7 años, un par en los hombros.
Llegaron, los “desarmaron” pidiendoles sus gomeras, soltaron la pelota, Pablo e Inés se ocuparon de la merienda, Yamila y Marianita de hacer jugar a las nenas y Juan de arbitrar el partido de los chicos, sentado en la base de una ermita de la Virgen. Cada tanto gritaba que la pelota ya se había ido o que tal patada había sido foul. Una que otra vez se acercaba a alguno que se agarraba la pierna golpeada en el piso y con preguntarle “estás bien?” la mayoría de las veces bastaba para que estuviera mejor. Casualmente estaba pensando que iba todo bastante bien cuando llegaron los problemas. El más violento de los pibes grandes, el que había venido con el cuchillo, entró y se fue para la cocina. Lo siguió hasta la reja del fondo. Donde se detuvo a pedir de mala manera su gomera.
- Vos no trajiste ninguna gomera acá- le respondió Pablo desde la cocina.
- Dame mi gomera carajo!!- pateó la reja- la trajo mi hermano.
- No patees la reja, nene- dijo Juan.
- Andá a buscar a tu hermano y si él te la quiere dar te la da.
- Japo!!!- Japo era de los pibitos más buenos que había. No parecían hermanos.
Japo vino corriendo.
- Decile a este forro que me de mi gomera.
- Sí, está bien.
Pablo salió con la gomera y se la dio. El pibe amagó que le tiraba con ella, se alejó un poco y agarró una piedra del piso, se dio vuelta apuntando y Juan lo empezó a correr. Llegó hasta la reja de afuera y lo siguió corriendo por la calle un tramo más, pasando delante de otro de los pibes grandes, que lo esperaba afuera.
- Me tenés harto, pendejo de mierda!
Volvió, miró mal al otro pibe, que desvió la mirada y volvió a entrar.
Pablo se reía.
- Pensé que no lo ibas a seguir corriendo afuera.
- Me sacó un poquito.
- A merendar!!!
Los de afuera pasaron amenazando con que ya iban a tener que ir para el barrio y ahí iban a ver.
- Como corriste, eh? Gato negro!- sabía que con eso lo enojaba el triple, pero no lo pudo evitar.
- Te voy a meter caño, ortiva!
- Sí, el caño de tu papá, lavataper.
Insultó a más de la mitad de su familia y se fue.
Volvió y le dijo a Pablo que cuando los llevaran él se iba a adelantar con el auto, además porque sino no iba a llegar a misa.
La psicóloga despedía a un paciente y se acercó.
- Cómo andás?
- Bien, Juan, vos?
- Demasiado bien, che, tengo una clienta para vos. Puede ser que esté poseída o que esté totalmente loca…
- Ah, bueno.
- Sí, conviene que saquemos todas las imágenes religiosas por si acaso, vos le podés hacer un psicodiagnóstico lo más veloz posible?
- Sí, no hay problema, cuando me la podés traer?
- Le paso tu celular, te parece?
- Dale, el teléfono de casa no porque sino no descanso nunca.
- Dale, gracias! después si no te puede pagar yo te pago.
- No te preocupes por eso, vos venís con ella?
- En realidad no conviene porque en mi presencia se brota, o manifiesta, no sé. Si querés vengo y me quedo en la capilla sin que me vea o algo.
- Dale, después arreglamos bien.
- Los vamos llevando?- preguntó Pablo
- Sí, yo me adelanto con el auto, chau, Silvina.
- Chau Juan.

Fue con el auto por otro camino y frenó en la esquina donde los dejaban. A media cuadra venían los pibes con las gomeras. Se bajó y caminó hacia ellos. Ellos lo ignoraron y empezaron a tirar piedras hacia un poste de luz o a algún pájaro. Se quedó parado esperándolos, sin provocarlos. Una cosa era que un cura se haya defendido y otra muy distinta que hubiera ido a pegarles. Se había sumado uno que no era de los más violentos. Le convenía pegarle al más grande primero. El problema eran las gomeras. Se fueron acercando hasta pasarle por al lado sin hacer nada, doblaron en la esquina y se fueron hacia el barrio. A veinte metros empezaron a tirarle piedras con las gomeras. Se quedó quieto porque a esa distancia tenía tiempo de correrse si alguna le iba a pegar.
- Por qué no vienen acá?- se corrió porque una iba bien dirigida.
- Qué hacen tirando piedras?- gritó una vieja desde una terraza.
Se empezaron a alejar, amenazando para la próxima.
- Si volvés a aparecer por allá te voy a destrozar la cara, Luis, me escuchaste?- le dijo al primero que había aparecido.
Al ratito aparecieron Pablo y Yamila con los chicos. Se despidieron en la esquina y volvieron con el auto.
- Pasó algo?- preguntó Pablo
- Casi nada.
Pasaron a buscar a Inés y Mariana, que se habían quedado limpiando y fueron para la parroquia.
Los dejó en la entrada al estacionamiento del templo, y estacionó frente a la puerta de la casa de los curas. Dejó la pelota y las llaves de la Paz, pasó por el baño, y pasó por secretaría.
- Buenas! alguna novedad?
- Llamó Guillermo Evans, pidió que lo llames urgente.
- Siempre es urgente para Guillermo, te adelantó algo?
- Dijo algo de unos abogados.
- Después lo llamo- Debe querer que declare en algún lado.

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